Por Bianca Aparicio Vinsonneau
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13 jul, 2020
Hace una semana que murió el gran Ennio Morricone. La primera vez que supe de él yo tenía diez años y estaba en 5º de E.G.B. La cosa fue que a principio de curso aparecieron por clase un par de chicas de la escuela de música para hacernos una demostración. Una de ellas me conquistó con la melodía de la Pantera Rosa al clarinete y la otra no recuerdo qué pero sí sé que fue con la trompeta. Al final, con el alumnado venido arriba, la clarinetista preguntó cuántos nos queríamos apuntar a sus clases. Y se levantaron muchas manos. Cuando la de la trompeta preguntó lo mismo, no la levantó nadie... pobre. Resumiendo. Yo, que siempre he sido una entusiasta, llegué a casa anunciando que quería apuntarme a clases de clarinete. Y mis padres, que siempre me han apoyado en mi entusiasmo (gracias), me apuntaron. Acababan de inaugurar la escuela de música del pueblo. Era poco más que un recibidor grande y un par de salas más pequeñas: una para los instrumentos, y la otra para el solfeo. ¡Ay, el solfeo! Nadie me había avisado de que para tocar la Pantera Rosa con el clarinete estaba obligada a pasar dos tediosas horas por semana sentada frente a una partitura, o lo que yo veía entonces: un folio salpicado de manchurrones sin sentido alguno. Como me había apuntado al curso ya empezado, todo el grupo sabía lo que eran las notas menos yo. Pero me lo callé, ojo. Y estuve varios meses cantando notas, una tras otra, mientras movía el brazo en el aire en forma de cruz, sin tener ni idea de lo que hacía. El truco era sencillo. Solo tenía que esperar unas milésimas de segundo, lo justo para que el resto de compañeros empezaran a pronunciar la nota de turno y yo arrancarme detrás, como un eco. De modo que si yo captaba la vibración de una "M", ya sabía que tenía que gritar "Mi" a voz en cuello. Si asomaba una "F", yo acompañaba rápida con el "Fa". La única dificultad era la "S", que podía ser "Sol" o "Si" y requería de más atención que el resto. La verdad es que estuve así bastante tiempo, sin que nadie se diera cuenta de que no sabía leer partituras. Hasta que un día, de tanto repetirlas, las notas empezaron a relacionarse por sí solas en mi mente con esos nombres que yo repetía como un loro. Y así fue cómo aprendí a leer la música casi por osmosis. El clarinete (que era por lo que yo me había apuntado en realidad) era otro asunto difícil. Porque había un par para todos los alumnos, lo que significaba que apenas podíamos disfrutar de ellos unos minutos. La profesora nos dio permiso para que nos los lleváramos a casa para practicar, pero el problema era el mismo: muchos niños para pocos clarinetes, así que nos tocaba una vez cada dos meses, más o menos. Por eso el segundo año mis padres (gracias, otra vez)... ¡me regalaron mi propio clarinete! Ahora bien, cuando me lo entregaron, lo hicieron con una condición. Querían que aprendiera a tocar la canción de una película. ¿Qué película era? Pues La Misión. Y la canción no era otra que la maravillosa banda sonora creada por Morricone. La dejo por aquí para que la puedas disfrutar: ESCUCHA Bueno, llegados a este punto me veo obligada a confesarte que jamás aprendí a tocar la canción prometida. Ni tampoco la de la Pantera Rosa, que era mi mayor y secreto anhelo. La verdad es que el nivel que alcancé no alcanzó ni para lo uno ni para lo otro. Y esa reflexión me ha llevado a recordar otras promesas que hice y jamás cumplí. Como la que acordé con mi abuela cuando mi madre estaba embarazada por segunda vez, de hacer la procesión de la Santa Faz si mi hermano nacía bien. No, nunca he ido a ver a la Santa Faz y a pesar de ello, mi hermano nació con todos los dedos de las manos y de los pies. O la de hacer un trabajo sobre Aristóteles o Kant (no recuerdo ahora cuál) a cambio de que el profesor de filosofía me subiera medio punto la nota y alcanzar el sobresaliente en esa época previa a la selectividad en la que cada décima contaba. Por supuesto, tampoco entregué nunca aquel trabajo, y eso que yo tuve mi sobresaliente. Si esto fuera un cuento y hubiera que extraer una moraleja, me temo que no sería demasiado buena. O al menos yo no saldría muy bien parada. Pero os prometo que intento cumplir con (casi) todo lo que me comprometo. Aunque, visto lo visto, tal vez no deberías tener muy en cuenta mi promesa. ¿O sí?