¿Y si un día te levantaras y no pudieras articular palabra?
Imagínatelo. Abres la boca pero no sale sonido alguno.
La voz es algo que todos damos por hecho. Al fin y al cabo, (casi) todos nacemos con una propia ¿no?
Pues te diré que las novelas también la tienen. ¡Y tanto que sí!
Lo que pasa es que ellas nacen mudas y es trabajo del escritor ayudarlas a que puedan hacerse oír.
Encontrar la voz de una novela es una de las partes más complicadas, o al menos para mí, lo es.
Y es algo que debo hacer incluso antes de poder poner la primera letra, porque sin eso, los personajes están vacíos, muertos.
Aquí es dónde empieza el verdadero trabajo. No te vayas a creer que escribir es tener una idea y sentarse a teclearla sin más...¡Ojalá fuera tan sencillo!
Antes de poder ponerme a ello, convivo con los personajes durante meses. En ese tiempo les acoso con todo tipo de preguntas: ¿qué es lo que quieres en la vida? ¿a qué le tienes miedo? ¿a quién no renunciarías nunca? Todo lo que se me ocurre, vaya.
Y con cada respuesta suya, se van formando poco a poco. Es como si se fueran haciendo corpóreos, dejaran de ser una idea intangible.
¿Te sueña extraño? Pues sigue leyendo, que verás...
Llega un momento en que no son una idea intangible, sino personas de carne y hueso. Tan reales como yo.
Me acompañan día y noche, con sus inquietudes, sus sueños, sus malos humores y sus anhelos. Sí, todo eso que les preguntaba y quería saber de ellos me acaba arrollando. Ahora son ellos quienes me acosan.
A veces ocurre que se vuelven parlanchines en exceso. Les da por hablarte mientras me estoy duchando, o incluso durmiendo. Y no te creas que tienen reparo alguno en despertarme. No respetan nada.
Durante ese tiempo vivo pegada a una libreta y un bolígrafo, porque tengo que anotar todo lo que me van contando para no perderme nada.
Cuando llega este punto, en el que mis personajes se me han ido de las manos y no los puedo controlar porque tienen su propia "voz", es cuando arranca la novela y me pongo a ello como una loca.
Son ellos los que escriben la historia, yo solo tengo que dejarme llevar, permitir que mis dedos tecleen lo que ellos me van dictando al oído.
Esa es la magia, lo que hace tan maravilloso este oficio de juntadora de letras: ver cómo ellos cobran vida, cómo pierden el mutismo y llegan a ti con su propia voz.